lunes, 27 de marzo de 2023

ELENA MENDOZA DE CANACHE

 

 



Elena Mendoza de Canache, Caracas, Venezuela. 

Doctora en Farmacia por la Universidad Central de Venezuela. 
Estudió en la Universidad de la Tercera Edad. Coordinación de Arte y Recreación. Actuó en el Grupo de Cuenta Cuentos “Entre juglares y trovadores había una vez”. Estudió dibujo y pintura en la escuela de Artes Plasticas Cristóbal Rojas, en el Taller Libre de Arte y en el  taller de dibujo de Pedro Centeno. 
Realizó cursos de Oratoria y Liderazgo, y Orientación para el Trabajo en Equipo. Participó en las “Salas de Exposición de Artes Plásticas”; Exposición Pictórica Colectiva Universidad Central de Venezuela. IV Salón de Artes Plásticas del “Rotary Club de Caracas”, Salón Anual de Pintura del Colegio de Farmacéuticos, Primer Salón Oficial de Arte Francisco de Miranda, Los Teques, entre otros, siendo galardonada con Premios, Reconocimientos, Mención Especial. Una de sus obras pictóricas fue seleccionada para ilustrar la carátula de un libro de poesía. Editora, y articulista del “Boletin del Comité de Damas del Rotary club de Baruta”. Publicación mensual. Fue Presidenta de ese Comité y editora, compiladora, ilustradora y participante del libro “Compañeras en la cocina”. Amante de la música, con composiciones –música y letra- de su autoría dedicadas a sus nietos. El presente cuento “fiesta de tambores”, fue escenificado por el grupo de Cuenta Cuentos “Entre juglares y trovadores había una vez”. 

Es colaboradora del blog literario:
https://cuentoscronicasycroniquillas.blogspot.com




                              FIESTA DE TAMBORES
 
 
En el caserío de Care reinaba gran algarabía; un entusiasmo tumultuoso habíase apoderado de las gentes, pero todo este extraño desorden resultaba inexplicable en la tierna cabecita de Yadira María. Su mamá estaba erre que erre, trabaja que trabaja y cotorreando desde el amanecer. 
 
     - ¡Viejo…! ¡Viejo…! ¡Tráeme más leña pa el fogón!.  ¡Aguaita que se me va a pasmá el maíz pa las empaná! – ¡Despabílense, muchachas, caray! Aún no han arreglao los vestidos que se van a poné hoy… Candelarita…Báñame a Yadira María que ya se empantanó en el gallinero. ¡Ay Dios mío!
 
Yadira María, sucia de pies a cabeza, hacía escuchar su risa fresca y sonora, sin saber que el motivo de todo esto, era porque ese mismo día se iba a celebrar en Naiguatá la gran fiesta de los Tambores de San Juan.
 
¡Llegó el momento! Todo el vecindario bajó de los ranchos, en alegre caravana, para participar en la fiesta: ésta ya había empezado. Yadira María, con los ojos grandotes como paraparas, veía cómo su padrino Ño Norberto, golpeaba incansable el cuero del tambor, mientras sudaba copiosamente. Las negras contorsionaban sus cuerpos en el rítmico baile, mientras otros entrelazaban frases:
 
      “Me pica aquí…”
       “Me pica allá…”
       “Buen día, Juan…”
        “Buen día, Pedro…”
 
Aquello era un espectáculo fascinante, aunque no era para la pobre Yadira María, porque era la primera vez que ella lo presenciaba y esto le producía una extraña sensación de angustia. El retumbar de los tambores la inclinaba de un lado a otro, está mareada, siente que algo oprime su mente. Cansada y rendida cae en un profundo sueño, y empiezan a desfilar ante ella bandadas de bellas mariposas mezcladas con muchísimos cocuyos, que con sus luces, atravesaban sus polícromas alas, mientras los hilos de plata de la noche lunar hacían caminos entre el follaje.
 
Movidos por la curiosidad asomaron sus cabecitas otros animalitos del monte. Misteriosamente la brisa golpeaba las ramas de los árboles, originando sutiles notas musicales, que parecieron enloquecer a los pequeños visitantes, envolviéndolos a poco en frenética danza. Fue así como las silvestres criaturas del bosque ofrecieron a Yadira María un espectáculo arrobador.
 
 La niña estaba deslumbrada; pero luego volvió su mente el resonar de los tambores de San Juan. Nuevamente se apoderó de ella el temor. Estaba ensimismada en sus pensamientos, cuando de pronto fue sorprendida por la brusca aparición de Mamá Rana y de Papá Sapo, este último con sus grandes anteojos y un largo bastón. Yadira María rompió entonces en llanto; pero Papá Sapo la consoló y ella le confió a él todas las dudas que la invadían, todo el desconcierto que la dominaba. El sapo, con aires de sabio, le explicó a Yadira María que así como todos los animalitos del bosque tenían sus danzas rituales, de igual manera las tenían también los seres humanos; que eran danzas nacidas en los pueblos, muy bellas, y además, diferentes en cada región. Son llamadas danzas folklóricas, le dijo con pedagógica suficiencia, y sirven para conocer las costumbres tradicionales de cada pueblo, de esta forma, conociéndolos más, también se aprende a quererlos.
     
Yadira María sonrió y sintió que dulcemente se elevaba sobre las alas de una gigantesca mariposa, Papá Sapo trataba de tocarla con su bastón; pero, no era Papá Sapo quien la tocaba; eran las manos de su mamá, que suavemente le decía: “¡Despierta, mija! ¡Mira que ya terminó la fiesta!”.
 
Terminó también el maravilloso sueño. Desde entonces Yadira María empezó a sentir amor por las costumbres de su pueblo, y mucho interés por conocer las bellas danzas folklóricas de otros países.
 
 Con el paso del tiempo la niña se hizo mujer, y en el panorama de sus recuerdos infantiles no se borró nunca la figura simpática de Papá Sapo, el gentil maestro que le dio una lección útil, de humano contenido, cuando ella andaba como perdida en el mundo nebuloso de la fantasía.
 
                                                                                  
 ©Elena Mendoza de Canache


 María Cristina Jibaja Schmatzóva

 

 

 

Nacida en Lima, Perú,1945, es venezolana por elección desde 1975.

Estudió Bellas Artes con Germán Suárez-Vértiz. 

Autora de poesías, relatos, ensayos, cuentos infantiles y novelas cortas. 

Es madre de tres hijos, abuela y bisabuela





A MI OMA 

Un pequeño relato de mi infancia dedicado a mis bisnietas Sophia y Valerie. 

 

Se acercaba el verano de 1949, tenía yo cuatro años de edad, y las fotografías me retratan con dos trenzas amarradas a los lados de mi carita inocente. 

Vivíamos en una casa de dos pisos y grandes ventanas que mamá se encargaba que lucieran siempre impecables todo el año. Era una de las mejores casas de esa calle; a mí me parecía un lugar maravilloso. 

En aquel tiempo la calle era empedrada y todas las casas tenían un jardín en la entrada. Entre la vereda y el empedrado había una franja de grama, bordeada de geranios y margaritas; de trecho en trecho había árboles frondosos de acacias, robles, olmos y pinos. El sol salía hacia el final de la calle, donde un pequeño puente llevaba a la entrada de una granja avícola. 

Aún recuerdo los colores y olores de aquella granja, donde yo iba de la mano de mi Oma (palabra alemana para “abuela”), confiada y segura la acompañaba a buscar al Señor Gerardo, peón de la granja, albañil y pintor en sus ratos libres, al cual le pedíamos nos vendiera huevos frescos; estos eran gigantescos, de un color beige dorado y la gran mayoría de ellos tenían dos yemas, eran deliciosos. Nunca más, en ningún lugar los he probado como esos, ¿era el sabor?, ¿era la aventura de ir hasta allá́ a comprarlos? O ¿eran las tiernas manos de mi querida oma al prepararlos? No lo sé, solo sé que eran días felices, días de cielos azules, de pajaritos, mariposas, canciones infantiles y la inefable sensación de saberme querida, amada y comprendida. 

Al lado de la casa de mis padres estaba la casa de mis abuelos, recuerdo que era pequeña y primorosa, sencilla de una sola planta, pero bella en cada detalle como su dueña. 

Era mi paraíso y fue en esa hermosa casita, en su ensoñador jardín donde mi mente y corazón se ilusiono con las más fantásticas historias de aventuras, aprendí́ muchas cosas interesantes, se me develaron grandes secretos y misterios acerca de la vida y la muerte. Y muchas de esas enseñanzas las recibí́ de mi querida oma

Cuando la tarde avanzaba, mi abuelita regaba las sedientas plantas. El sol empezaba a bajar y lentamente se ocultaba bajo los pinos de “La Lagunita”, parque que se llamaba así́ precisamente por tener una linda laguna en medio. 

En las tardes el cielo se pintaba de oro, rosa, rojo, naranja, purpura y violeta, era una explosión de colores impresionante, las sombras se alargaban, el aire se llenaba con la brisa salada por la cercanía del mar y cientos de avecillas revoloteaban de árbol en árbol, acariciando nuestros oídos con su dulce canción. De rato en rato se oía el rugido del león y el bramido del elefante Panchito, atracción principal del zoológico que se encontraba en el parque. 

En ese tiempo no sabíamos qué era la televisión y lo usual era que la gran mayoría escuchara música o radionovelas; la gente mayor sacaba sus sillas a la entrada de sus casas y se sentaban a conversar, comentando los diarios acontecimientos de la vecindad. 

Recuerdo que papá sacaba ceremoniosamente su guitarra de la funda y acariciándola suavemente cantaba junto a mamá: 

“Soñé́ que la nieve ardía, soñé́ que el fuego helaba, Yira, Yira......” 

Y no puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas con ese recuerdo. Yo solo sabía que algo profundo y poético se ocultaba en esas notas. 

En el jardín interior junto a la casa de mis abuelos, había una respetable huerta que se comunicaba con nuestra casa, en ella había tres grandes árboles de moras, que cuando el clima empezaba a hacerse más cálido, los árboles ofrecían sus preciosos frutos. La cosecha la practicaban los chiquillos del barrio, en donde todos terminábamos con las manos, caras, bocas y ropa completamente manchadas con aquel jugo morado. Yo era parte de ese inefable gozo, que aun ahora en mi vejez, recuerdo con nostalgia. 

Durante esos días mi oma se veía inundada con tantas moras que solo era posible conservarlas en buen estado haciendo mermelada en cantidades industriales, frenéticamente y casi sin parar. Me es imposible olvidar el olor y la exquisita dulzura de aquella mermelada, que día tras día se iba acumulando en los estantes de la cocina y el comedor en frascos llenos de tan codiciado manjar. La provisión duraba muchos meses y mi abuela era de ese tipo de personas que no pueden tener algo solo para ellas; Siempre compartiendo con aquellos que más lo necesitaban. Mi oma fue una mujer extremadamente generosa, con una crianza llena de valores dados por su familia y por su educación Luterana, buscaba ayudar con lo tuviera a la mano, amaba a los niños, a los animales y en general a todo lo que tuviera vida, ella era una fuente inagotable de amor y poseía el precioso don de derramar alegría, belleza y gracia a todo aquel que se le acercara, era como un panal de rica miel que atraía a todo el mundo y todos la amaban. 

Gracias a ella aprendí́ a comprender un poco más al ser humano, a interpretar la vida en sus diferentes colores y matices. Para mi ella fue como el pegamento que unió́ con su cariño las piezas de mi vida, un mosaico de emociones, con espacios por llenar, pero repleta de colores que iluminan mi existir, ella me mostró el gran valor que tiene una mujer llena de amor. 













GLORIA  PEREZ DE OYON




Caracas, 1952. 

Farmaceuta (USM,1975). 

Se desempeñó como regente de varias  farmacias, actualmente está jubilada.

Esposa, madre, abuela y ama de casa, complementa su trabajo cotidiano con una profunda vida espiritual, pertenece al grupo de oración Discípulos de Jesús y Maria, participó en varios talleres de oración y vida, también formó parte del voluntariado  Laboratorio de Escuchas del Hospital San Juan de Dios.

Su pasión por la escritura la ha llevado a compilar numerosos poemas, cuentos y relatos con la idea de que constituyan su legado familiar, aunque el deseo de escribir un libro permanece constante en su mente.

Su amor a la naturaleza queda plasmado  en su inclinación por la fotografía y labores de jardinería, que junto con la práctica del yoga y diversas actividades al aire libre, llenan por completo los ratos libres de su vida.



AGOSTO

 

Mientras los días pasan en este mes diferente,

mi corazón va sintiendo la amarga puntada de siempre.

Esa que atraviesa el pecho, que encoge la garganta,

que apunta y decide, que recuerda y que llama.

El dolor por mi hijo perdido no se agota ni se calma,

Se revela y se repite...

 

En un piecito diminuto, en una carita morada.

Lo tengo tatuado en mi vientre, acurrucado en mi alma,

como el más triste recuerdo que enmarcó mis madrugadas.

 

Pero como Dios es tan bueno, un consuelo me ha llegado:

Nos permitió conocernos, abrazados en puro amor,

él me miró embelesado y me dijo con candor:

¡Qué mamá tan linda tengo! qué risa tan grande me dio.

Y así, como llegó se fue, en la luz de un resplandor...

 

Al despertarme, aturdida, de alegría brillaba mi corazón,

Y a pesar de ser un sueño, tengo la certeza de que sucedió.

 

Gloria Pérez de Oyón







domingo, 24 de octubre de 2021

Programa de Librería Sonica


 El pasado domingo 17 de octubre tuvimos el gusto de compartir un rato Lesbia Quintero y yo en el espacio de Librería Sonica, con nuestros amigos Kira Kariakin y Jorge Gómez Jiménez hablando de nuestro proyecto. 


Aquí les dejo el enlace para que vean el programa. 


https://youtu.be/XQP0FMYv978








sábado, 23 de octubre de 2021

PRIMER VOLUMEN DE HACEDORAS

"Hacedoras: mil voces femeninas por la literatura venezolana", libro editado y recientemente lanzado por Editorial Lector Cómplice. 

La compilación de textos  estuvo en manos de las  editoras Les Quintero y Graciela Bonnet.

Entre las escritoras que conforman este libro están Ana Teresa Torres, Ana María Velázquez, Carmen Verde Arocha, Amarú Vanegas,  Ana Maria Hurtado, Betina Barrios Ayala, Camila Ríos Armas, Carmen Cristina Wolf, Eleonora Requena, Claudia Cavallin, Daniela Jaimes-Borges, Dulce María Ramos Ramos, Erika Reginato, Mariam Krasner, Cesia Ziona Hirshbein  y Gisela Cappellin. Autoras que son solo una muestra de las más de doscientas voces que dan vida con sus letras a esta  hermosa antología.

Los invitamos a  descargar y disfrutar este libro  en el siguiente enlace:

bit.ly/2YdYpOV





viernes, 22 de octubre de 2021

Bases de la convocatoria al segundo volumen de Hacedoras

 




Convocatoria


Segundo volumen de Hacedoras: mil voces femeninas por la escritura venezolana


1) Pueden participar todas las escritoras, poetas y autoras de artes gráficas venezolanas (por nacimiento, naturalización, o residenciadas en el país) que no hayan participado en el tomo I.


2) El tema es libre y debe estar enmarcado en alguno de los géneros literarios.


3) Los trabajos de artes gráficas y artes plásticas de fotógrafas, ilustradoras, pintoras y diseñadoras deben estar vinculados con el medio literario o editorial. Se acepta una imagen por artista.


4) Cada participante puede enviar un poema, un cuento, o un relato, máximo de tres cuartillas a doble espacio en letra Times New Roman, punto 12. Se acepta solo una imagen por texto o poema.


5)  Todos los trabajos deben estar debidamente corregidos y revisados.


6) Cualquier punto no señalado en la presente convocatoria será resuelto por el equipo editorial.


Requisitos: una foto de la autora con buena resolución. Una sinopsis biográfica no mayor a media cuartilla en Times New Roman punto 12 espaciado.


Nota: los documentos que no cumplan con los requisitos serán descartados.

Todas las imágenes deben poseer una resolución mínima de 300 dpi.

Enviar los archivos al correo: hacedorasv@gmail.com


La recepción de trabajos queda abierta hasta el 20 de enero 2022


ELENA MENDOZA DE CANACHE     Elena Mendoza de Canache, Caracas, Venezuela.  Doctora en Farmacia por la Universidad Central de Venezuela.  Es...